I'm hungry [Libre]

¡¡Era horrible!! Tenía mucha hambre, ¡demasiada! Su tripa sonaba de manera muy escandalosa. No había comido el pasado día, y ahora mismo se despertaba por los rugidos de su tripa.
Se levantó y se vistió lo más rápido que pudo, para salir cuanto antes a los pasillos y dirigirse al comedor. Tenía la esperanza de encontrar algo "bueno" que comer.

Ese día se había levantado siendo el de siempre, el tímido e inofensivo chico que la mayoría del tiempo estaba despierto. Hacía tres días que su otra personalidad no despertaba, aquella seria y hostil, por lo que se sentía tranquilo, pues parecía que en los momentos en donde su otro yo estuvo despierto, no había echo nada. Bueno, eso creía el pelirrojo en esos momentos.
Caminó rápido por los sucios pasillos hasta encontrar la puerta que lo llevó hasta el comedor. El lugar estaba solitario, con un aire lúgubre, como todo el psiquiátrico—Perfecto—susurro soltando un suspiro de alivio al encontrarse solo. Corrió hacía donde debía de haber comida, y ahí, lo único que encontró fue comida, pero en mal estado—Noo~—dijo decepcionado, sintiendo la desesperación de su estómago que pedía comida—Ya va, ten paciencia. Encontraré algo—se dijo a sí mismo, o mejor dicho, a su estómago.
Recorrió el lugar ahora con angustia, hasta finalmente encontrar una fuente tapada. Al descubrirla, logró ver algo que para él podía ser comestible. Un picado de frutas diferentes, como manzanas, naranjas, plátanos, y duraznos. Fue en busca de algo con lo que poder bañar esas frutas y de eso formar un delicioso postre. Logró dar con una botella de salsa de chocolate, lo que hizo que hasta sus ojos brillaran. Bañó las frutas con toda la salsa, y luego, tomando una cuchara un poco sucia, comenzó a comer tomando asiento en una de las tantas mesas que habían en el lugar.

Oh Oh...

Viernes...

Comía ya de una manera angustiosa, llevando de manera desesperada la comida a la boca, si incluso se había hasta manchado los labios con la salsa chocolatosa. Se reía solo disfrutando de su postre, esperando no tener que compartirlo con nadie.
Él simplemente se sentía con mucha suerte al haber encontrado toda esa comida que parecía no tener dueño, y si tenía dueño, ¿qué importaba?—Zen me defiende—murmuró, sintiéndose más protegido con su otra parte que ya le empezaba a agradar, pues era más fuerte que él y por eso más atrevido—Debo confiar en Zen, así él me ayuda—dijo con su boca llena de frutas y salsa de chocolate.

No sintió al otro llegar hasta que este le habló al oído. De manera inconsciente se puso de pie y se alejó del extraño, agazapado como un animal siendo amenazado. Le miró con ojos fulminantes, para luego, percatándose de que solo se trataba de ubn amable chico, relajar sus músculos y al mismo tiempo su mirada. Soltó un suspiro y se volvió a sentar, llevándose otra cucharada llena de frutas y salsa a la boca—Me llamo Vell—dijo sin mirar al otro chico, sino que su postre—Puedes pero... ¿no crees que hay bastantes mesas vacías?—repuso sonriente, pues... ¿por qué se quería sentar en una mesa ya ocupada? ¿Qué no era mejor irse a su propia mesa?
Pero al fin y al cabo no le impidió que le acompañara.

Cuando ya el otro estuvo sentado, Vell de manera disimulada mantuvo sus ojos fijos en el recién llegado, con ojos inseguros.
"Zen~" pensó, mientras seguía comiendo de su plato sin ofrecerle al extraño. "Seguramente quiere de mi postre Zen. ¿Le tengo que dar? Mejor ve eso tú" sonrió de manera macabra, poniendose de pie—Quieres ¿cierto? Iré por otra cuchara, espera aquí—dijo corriendo hacia la cocina que no era visible por las ventanas que no eran transparentes. Tomó una cuchara y también... por simple seguridad, un cuchillo de cocina, el cual se quedó un buen rato observando, con esos ojos grandes que reflejaban "inocencia", pero rápidamente aquella mirada cambió a una seria, con ojos otros algo más pequeños y rasgos más duros. Una sonrisa desquiciada se vislumbró en su rostro, mientras se guardaba el objeto punzante bajo su camisa, metiendo la mitad del cuchillo bajo la tela de su pantalón.
Ahí mismo ya no era Vell, sino que el peligroso Zen—¿Qué esperabas Vell? Teniendo una oportunidad así, deberías de habértelo esperado—dijo, hablando no demasiado fuerte.

Rápidamente volvió a la mesa donde le esperaba el otro muchacho, fingiendo ser su otro yo, entregándole la cuchara al otro para luego volver a comer él del postre.

-Sí las hay, pero no es divertido estar solo.- susurre respondiendo a su pregunta, haciendo un leve puchero antes de tomar asiento, aunque en mi cabeza la respuesta era muy diferente algo más como un "yo puedo sentarme donde se me de la gana niñato.

Tan pronto como me acomode en mi asiento, vi como salía corriendo de vuelta a la cocina, supuestamente para tomar una cuchara aunque algo de mi sabía que tenía otros planes en mente. Su mirada era confusa...en un momento serena y en otro totalmente agresiva como si...no fuera solo uno dentro de su cuerpo. Como si...él sufriera de lo mismo que yo.

Espere en total silencio hasta que volvió, tomando la cuchara con la misma sonrisa fingida que tenía en mi rostro. -Oh que lindo pero...no me gusta comerme las cosas ajenas- dije dejando la cuchara a un lado, centrando mi atención en la botella...MI BOTELLA.
-En lo personal, se me hace de mal gusto tomar las cosas ajenas, a ti no...pequeño glotón?- rápidamente acorte le distancia que nos separaba, recostándome en la mesa para alcanzar su mano, misma que sambuti de manera dolorosa contra su boca, dejándolo ahogado por unos instantes, mismos que aproveche para brincar sobre la mesa, quedando ahora justo detrás de él.
Para evitar que fuera a moverse, coloque mis manos alrededor de su vientre y mi peso totalmente sobre de su espalda, aplastandolo de tal manera que su cara quedaba embarrada contra el tazón de frutas. -Robaste mi botella...y casi la dejas vacía.- susurre en su nuca, paseando mis manos su cuerpo hasta que...oh sorpresa, encontré algo...un juguetito quizás?
Rápidamente tome el mango de ese objeto, jalándolo hacia arriba, aunque en el proceso llegue a cortar su blanca piel, en un par de líneas paralelas, mismas que mancharon el filo del cuchillo. -Y además...pensabas matarme?- fingí un mohín, lamiendo lentamente la sangre del filo, sin descuidar el agarre que tenía sobre de él. -Pues ahora como el niño malo que eres...tendrás tu castigo. Haré que repongas esa botella, y que cada gota de chocolate que gastaste la pagues...con tu sangre.- solté una mano para así jalar bruscamente su cabello, haciendo que arqueara su cuello hacia atrás.- Estoy seguro de que tu sangre sabrá deliciosa.- lamí mis labios, colocando el cuchillo en su garganta, haciendo solo la presión necesaria para que sintiera el filo de este, pero sin llegar a cortar.

Una leve risa salio de mis labios al ver su boca y mentón llenos de chocolate y de frutas, lo cual provoco que comenzara a sumergir su cabeza en el tazón, empujándolo con fuerza gracias al agarre de su cabello, moviendo su cabeza de adelante hacia atrás, una y otra vez embarrandolo de frutas y provocando dos cosas a la vez...una, que su frente golpeara con el fondo del plato y otra...que el cuchillo se abriera poco a poco paso en su garganta.-

Lo que encontré no tenía dueño—dijo ahora tornando su voz un poco más seria—no es mi culpa que el imbécil que dejó sus cosas acá haya olvidado que hay más personas, y por otro lado, tenía hambre. Fue lo primero que encontré para comer—soltó un par de carcajadas bajas, llevando nuevamente otra cucharada de su postre.

Se le fue el aire en el momento que el otro tomó su mano para de esa forma llevarla a su boca. No hizo ningún además de defenderse, y cuando se halló inmovilizado por el otro, soltó esta vez unas cuantas carcajadas más, más sonoras, bulliciosas y burlescas—¿qué casi la dejé vacía?—rió—no es que casi, esta vacía—dijo, teniendo esa intención de provocar al chico que le tenía inmovilizado.

¿Matarte? Claro que no—dijo mirando de reojo al otro chico, con aún una burlesca sonrisa en su rostro—Vell no tenía pensado eso. Él no quiere matarte—dijo volviendo sus ojos hacia el frente, donde justamente se podía ver la puerta de la entrada al comedor—pero él siempre cree que yo trato de cuidarlo—carcajeó, para luego soltar un suspiro—yo no le cuido, simplemente hago mi trabajo, mi máxima diversión—volvió sus ojos al otro—matar...—mientras su rostro se veía bañado por las frutas y la salsa, el pelirrojo lamía sus labios sonriente, mientras a cada golpe reía más, de manera desquiciada, de manera sádica.

Sin poder aguantar más la risa, y tampoco el hecho de poder moverse. Cuando el otro llevó su mano al cabello rojo de Vell, se vio más fácil el poder liberarse, y así lo hizo, con esa fuerza bruta que destacaba aquella otra parte de Vell. Por algo había logrado soportar una pelea contra ¿cuántos hombres? ¿Siete? No recordaba muy bien.
Estiró su brazo hacia arriba tomando del cabello a Manato, estampando su cara contra la misma cabeza del pelirrojo. Después empujó su cuerpo hacia atrás, y si soltar el cabello del otro chico, con su otra mano tomó el tazón con frutas y lo estampó contra la cabeza del moreno, haciendo que el tazón, el cual era de vidrio, se quebrara en varios peligrosos pedazos. Empujó al muchacho hacia una de las mesas, con tal de que el torso de él quedara sobre una de ellas. De esa manera Vell se sentó sobre él, y quitando el cuchillo de las manos del otro, volvió a reír—Mi sangre... dudo que se pueda comparar a la deliciosa salsa que comí recién. Estaba realmente deliciosa, debiste haberla probado[/b]—rió mientras jugaba con el cuchillo entre sus manos—[b]pero tú quisiste no recibir la cuchara. Yo te estaba dando de MI postre—remarcó lo último con su voz, y en ese momento acercó sus labios a la oreja del otro—porque es MI postre, MI salsa—y con eso entreabrió su boca, cerca del oído del moreno, para al instante brindarle una mordida a esta.

Sin salir de sobre el torso del otro muchacho, se volvió a enderezar, teniendo sus labios con rastros de la sangre de la recién oreja herida.
Al rato llevó una de sus manos a la herida que el otro le había echo en su cuello, y manchó el dorso de esta con la sangre que afloraba de su pálido y delgado cuello.
Ya estoy harto de que siempre, por culpa de Vell, seamos los que debamos dar de nuestra sangre para que los otros sean felices—masculló, para luego llevar su mano ensangrentada a su boca, y ya de una manera seductora, lamer esta para dejarla limpia de las manchas escarlatas—Es un estúpido, nunca aprenderá—tomó con más firmeza el mango del cuchillo, y esta vez, sin ningún cuidado y muy bruscamente, apuñalar el costado del abdomen del otro chico, haciendo que la sangre barboteara a grandes cantidades, mientras el pelirrojo volvía a carcajear de manera desquiciada.